Capitulo 2: Golpes al
alma
La explosión en una
pequeña casa en los barrios bajos de ciudad Juárez no había sido lo
suficientemente impresionante para que sus indiferentes aledaños salieran al
menos a comprobar el estado de la situación, mientras la casa de madera ardía Iván
no sabía qué hacer o con quién comenzar ni mucho menos como.
Cerca de él Saúco
estaba arrodillado detrás de su hermana menor, a la cual sujetaba de los
hombros, muy atento al ritmo de su respiración la cual no se sentía demasiado
agitada, de igual manera Iván no se sentía tranquilo por haberla visto correr.
Crespón apretaba fuertemente el brazo de una andrajosa mujer morena de largo
cabello castaño claro, encrespado y mirada perdida.
Un gemido de miedo
escapó de la boca de Araceli, quien sostenía fuertemente la mano de la Anémona.
—Madre… —musitó
sorprendida— ¿Qué has…?
No pudo terminar la
frase porque la mujer empujó fuertemente a Crespón para que lo soltara y corrió
a abrazar a su hija. Pese al apretón Araceli no la correspondió y Anémona no
soltó su mano, apretándola con más fuerza.
—Te busqué tanto
tiempo hija, pensé que te había perdido.
—Encontramos a tu
madre cuando pasábamos por lo que fue tu casa, lo encontramos en llamas, Clavel
—dijo el chico, era alto, de cabellos negros y ojos de igual color pero un poco
más rasgados, bastante moreno, al grado de no parecer originario de la zona.
La chica abrió sus
ojos extrañamente negros muy ampliamente y miró a su madre.
—Mira —esta extendió
una gargantilla de plata— no pude conseguir la que te dio tu padre después de
venderla pero tengo esto.
—No es mucho —contestó
tratando de recobrar la postura, pero era imposible, sus ojos demostraban cuan
asustada estaba por ver a su madre y a su casa en llamas, sonrió con tristeza
al sostener la gargantilla entre sus dedos—, pero podremos mantener vivo a
Erick con esto un tiempo más.
—¿Erick?
—Si, mamá, Erick está
en el hospital, necesita ayuda.
Iván sintió un nudo
en el estomago, ¿dónde estaba Clavel, el terror de los chicos menores? Estaba
hecha un manojo de nervios, indecisa y temblorosa. Totalmente perdida ante las
decisiones que tenía que tomar ella sola en ese momento. Observó que Saúco
estaba impasible, solamente cuidaba que las cosas no se fueran a salir de
control, cosa que en el estado de la mujer mayor sucedería pronto.
—Pero si Erick se ha
ido —afirmó la mujer convencida—. Erick se fue con el fuego, con ese maldito
rojo.
—No, madre, él logró
sobrevivir, aún podemos sacarlo de ahí.
—¡Vamos con tu
hermano! ¡Tu hermano esta con el rojo! —berreó la mujer sin poder convencerse a
sí misma mientras jaloneaba a Araceli— ¡Tu hermano fue llevado por el rojo!
—Erick esta en el
hospital madre —repitió sollozando con la voz impactada la rubia.
—¡A tu hermano se lo
llevó en el fuego! ¡El rojo!
—¡Suéltame! —gritó
aterrada y Crespón se acercó de inmediato para apartarla, sujetando su brazo
aún con más fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó
Anémona preocupada.
—¡No me toques puto
Jarocho! —gritó Araceli madre palmeando las fuertes manos de Crespón— Me das
asco desde que te vi.
Demente, escupió el
rostro del chico y su hija le dio una fuerte bofetada como castigo por haberlo
hecho.
—No te atrevas a
llamarle así, él es mi familia. Crespón, Anémona y Erick son más familia para
mí que tú misma.
—Clavel, perdón,
Araceli —llamó Iván conmocionado por el tono frío en que le habló a su propia
madre—, tranquila, tenemos que apagar el fuego primero y luego darle atención
médica y psicológica a tu madre.
La rubia suspiró y
asentó muy levemente con la cabeza gacha.
—No entiendo —susurró
la mujer.
Crespón apretó los
labios, observándola.
—No entiendo, ¡no
entiendo! —le gritó a la pequeña Araceli— ¡Tu padre era hermoso! ¿Por qué no
pudiste serlo tú también? Tu hermano y tú le daban asco. Él que era un
estadounidense de buena familia quería a sus hijos rubios y con los ojos de
color, ¿por qué ustedes no fueron así? Cuando nació Erick él seguramente lo
aborreció, es por eso que nos abandonó y se fue con aquella mujer —gimió
lamentablemente y bajo la cabeza—. Lo odio, los odio tanto que no quería
hacerme cargo de ustedes, por eso el fuego se los quiso llevar.
—¡Crespón, suéltala! —ordenó
Saúco al verla levantar un vidrio del suelo.
El chico obedeció,
pero aún así lo alcanzó solamente a la altura del hombro, el cual rasgó. Ella
aprovechó que la soltaran para correr dentro de la casa riendo entre gemidos.
—¡El rojo!
—¡Madre! —gritó
Araceli al borde de las lágrimas, pero Anémona la detuvo.
El castaño no pensó
dos veces para entrar por ella a la casa, presa de la ira y deseoso de ver un
final feliz para la niña, tan pronto como pasó corriendo la puerta recibió un
fuerte golpe en el estómago.
—¡Tu eres igual que
ellos piel roja! —gritó enfurecida y golpeó la cabeza del chico.
Pudo haberse sentido
ofendido, su naturaleza no era ni siquiera de tez morena, pero por las
quemaduras recibidas en su ingenuidad horas antes quedo bajo el Sol y ahora
esta mujer demente lo confundía con un indio de piel roja. Quiso reclamarle y
levantarse para evitar que lo siguiera golpeando y pateando, pero no pudo hacer
más que un ovillo de sí mismo en el suelo, el estomago le ardía, como si le
estuvieran quemando lentamente con una llama de encendedor el estomago.
—Los odio tanto —lloró
la mujer y un hilo de sangre escapó de su nariz.
Trató de levantarse
cuando entraron Saúco y Crespón, la madre Araceli se desvaneció al momento
entre espasmos y Saúco corrió a socorrerla, aflojando de inmediato la ropa del
cuello y poniéndola de costado.
No sirvió de nada, la
sangre continuó fluyendo de su nariz y los espasmos no cesaron.
—Crespón tenemos que
sacarla de aquí —ordenó Saúco y la sostuvo por debajo de los hombros con
firmeza mientras que el chico siguió su orden y le ayudó con los tobillos—
Vamos de una vez Iván, no te quedes aquí tirado delicado.
El castaño gruñó
desde el suelo reprochándose a sí mismo, había sido un simple golpe en el
estomago, no era nada que lo debiera dejar tirado en el suelo de la manera que
lo estaba haciendo. Se levantó, tomó una alargada bocanada y de aire y corrió
detrás de Saúco y Crespón tan pronto como le permitieron sus piernas, sin embargo,
tan pronto salió de la casa sintió un pinchazo mucho más fuerte en el estómago.
—¡Madre! ¡Contesta! —escuchó
lejana la voz de Clavel y por más que trató de mirarla su vista se volvió
borrosa.
—¿Iván? —llamó Lilia
confundida.
Soltó un gruñido, gritándole
internamente a sus piernas que no se desplomaran, pero terminó tosiendo
fuertemente y cayendo de rodillas al suelo.
—¿Iván? —volvió a
preguntar, esta vez más consternada.
Y eso fue todo, lo
último que el castaño sintió fue como ese dolor ardiente subió a su garganta y
salió por su boca, sangre, todo lo que pudo ver fue sangre antes de
desplomarse.