La explosión en una
pequeña casa en los barrios bajos de ciudad Juárez no había sido lo
suficientemente impresionante para que sus indiferentes aledaños salieran al
menos a comprobar el estado de la situación, mientras la casa de madera ardía Iván
no sabía qué hacer o con quién comenzar ni mucho menos como.
Cerca de él Saúco
estaba arrodillado detrás de su hermana menor, a la cual sujetaba de los
hombros, muy atento al ritmo de su respiración la cual no se sentía demasiado
agitada, de igual manera Iván no se sentía tranquilo por haberla visto correr.
Crespón apretaba fuertemente el brazo de una andrajosa mujer morena de largo
cabello castaño claro, encrespado y mirada perdida.
Un gemido de miedo
escapó de la boca de Araceli, quien sostenía fuertemente la mano de la Anémona.
—Madre… —musitó
sorprendida— ¿Qué has…?
No pudo terminar la
frase porque la mujer empujó fuertemente a Crespón para que lo soltara y corrió
a abrazar a su hija. Pese al apretón Araceli no la correspondió y Anémona no
soltó su mano, apretándola con más fuerza.
—Te busqué tanto
tiempo hija, pensé que te había perdido.
—Encontramos a tu
madre cuando pasábamos por lo que fue tu casa, lo encontramos en llamas, Clavel
—dijo el chico, era alto, de cabellos negros y ojos de igual color pero un poco
más rasgados, bastante moreno, al grado de no parecer originario de la zona.
La chica abrió sus
ojos extrañamente negros muy ampliamente y miró a su madre.
—Mira —esta extendió
una gargantilla de plata— no pude conseguir la que te dio tu padre después de
venderla pero tengo esto.
—No es mucho —contestó
tratando de recobrar la postura, pero era imposible, sus ojos demostraban cuan
asustada estaba por ver a su madre y a su casa en llamas, sonrió con tristeza
al sostener la gargantilla entre sus dedos—, pero podremos mantener vivo a
Erick con esto un tiempo más.
—¿Erick?
—Si, mamá, Erick está
en el hospital, necesita ayuda.
Iván sintió un nudo
en el estomago, ¿dónde estaba Clavel, el terror de los chicos menores? Estaba
hecha un manojo de nervios, indecisa y temblorosa. Totalmente perdida ante las
decisiones que tenía que tomar ella sola en ese momento. Observó que Saúco
estaba impasible, solamente cuidaba que las cosas no se fueran a salir de
control, cosa que en el estado de la mujer mayor sucedería pronto.
—Pero si Erick se ha
ido —afirmó la mujer convencida—. Erick se fue con el fuego, con ese maldito
rojo.
—No, madre, él logró
sobrevivir, aún podemos sacarlo de ahí.
—¡Vamos con tu
hermano! ¡Tu hermano esta con el rojo! —berreó la mujer sin poder convencerse a
sí misma mientras jaloneaba a Araceli— ¡Tu hermano fue llevado por el rojo!
—Erick esta en el
hospital madre —repitió sollozando con la voz impactada la rubia.
—¡A tu hermano se lo
llevó en el fuego! ¡El rojo!
—¡Suéltame! —gritó
aterrada y Crespón se acercó de inmediato para apartarla, sujetando su brazo
aún con más fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó
Anémona preocupada.
—¡No me toques puto
Jarocho! —gritó Araceli madre palmeando las fuertes manos de Crespón— Me das
asco desde que te vi.
Demente, escupió el
rostro del chico y su hija le dio una fuerte bofetada como castigo por haberlo
hecho.
—No te atrevas a
llamarle así, él es mi familia. Crespón, Anémona y Erick son más familia para
mí que tú misma.
—Clavel, perdón,
Araceli —llamó Iván conmocionado por el tono frío en que le habló a su propia
madre—, tranquila, tenemos que apagar el fuego primero y luego darle atención
médica y psicológica a tu madre.
La rubia suspiró y
asentó muy levemente con la cabeza gacha.
—No entiendo —susurró
la mujer.
Crespón apretó los
labios, observándola.
—No entiendo, ¡no
entiendo! —le gritó a la pequeña Araceli— ¡Tu padre era hermoso! ¿Por qué no
pudiste serlo tú también? Tu hermano y tú le daban asco. Él que era un
estadounidense de buena familia quería a sus hijos rubios y con los ojos de
color, ¿por qué ustedes no fueron así? Cuando nació Erick él seguramente lo
aborreció, es por eso que nos abandonó y se fue con aquella mujer —gimió
lamentablemente y bajo la cabeza—. Lo odio, los odio tanto que no quería
hacerme cargo de ustedes, por eso el fuego se los quiso llevar.
—¡Crespón, suéltala! —ordenó
Saúco al verla levantar un vidrio del suelo.
El chico obedeció,
pero aún así lo alcanzó solamente a la altura del hombro, el cual rasgó. Ella
aprovechó que la soltaran para correr dentro de la casa riendo entre gemidos.
—¡El rojo!
—¡Madre! —gritó
Araceli al borde de las lágrimas, pero Anémona la detuvo.
El castaño no pensó
dos veces para entrar por ella a la casa, presa de la ira y deseoso de ver un
final feliz para la niña, tan pronto como pasó corriendo la puerta recibió un
fuerte golpe en el estómago.
—¡Tu eres igual que
ellos piel roja! —gritó enfurecida y golpeó la cabeza del chico.
Pudo haberse sentido
ofendido, su naturaleza no era ni siquiera de tez morena, pero por las
quemaduras recibidas en su ingenuidad horas antes quedo bajo el Sol y ahora
esta mujer demente lo confundía con un indio de piel roja. Quiso reclamarle y
levantarse para evitar que lo siguiera golpeando y pateando, pero no pudo hacer
más que un ovillo de sí mismo en el suelo, el estomago le ardía, como si le
estuvieran quemando lentamente con una llama de encendedor el estomago.
—Los odio tanto —lloró
la mujer y un hilo de sangre escapó de su nariz.
Trató de levantarse
cuando entraron Saúco y Crespón, la madre Araceli se desvaneció al momento
entre espasmos y Saúco corrió a socorrerla, aflojando de inmediato la ropa del
cuello y poniéndola de costado.
No sirvió de nada, la
sangre continuó fluyendo de su nariz y los espasmos no cesaron.
—Crespón tenemos que
sacarla de aquí —ordenó Saúco y la sostuvo por debajo de los hombros con
firmeza mientras que el chico siguió su orden y le ayudó con los tobillos—
Vamos de una vez Iván, no te quedes aquí tirado delicado.
El castaño gruñó
desde el suelo reprochándose a sí mismo, había sido un simple golpe en el
estomago, no era nada que lo debiera dejar tirado en el suelo de la manera que
lo estaba haciendo. Se levantó, tomó una alargada bocanada y de aire y corrió
detrás de Saúco y Crespón tan pronto como le permitieron sus piernas, sin embargo,
tan pronto salió de la casa sintió un pinchazo mucho más fuerte en el estómago.
—¡Madre! ¡Contesta! —escuchó
lejana la voz de Clavel y por más que trató de mirarla su vista se volvió
borrosa.
—¿Iván? —llamó Lilia
confundida.
Soltó un gruñido, gritándole
internamente a sus piernas que no se desplomaran, pero terminó tosiendo
fuertemente y cayendo de rodillas al suelo.
—¿Iván? —volvió a
preguntar, esta vez más consternada.
Y eso fue todo, lo
último que el castaño sintió fue como ese dolor ardiente subió a su garganta y
salió por su boca, sangre, todo lo que pudo ver fue sangre antes de
desplomarse.
Abrió los ojos
impactado de volver a escuchar esa voz con peculiar acento español.
—¿Liliana?
Frente a él, en una
habitación adorablemente decorada de colores pasteles, con juguetes de niños
pequeños entre carritos y muñecas se encontraba su borreguita castaña, Liliana
era una niña de ojos negros, de un negro profundo como pocas personas los
tenían enormes, su rostro era redondo y ella, su pequeña bodoque sonreía
ampliamente con sus labios de rosa pálido.
—Te ves terrible, tu
cara esta roja.
—¿Qué haces aquí
Lili? Deberías estar con mamá en España.
—Ah, sí, Madrid es
bellísima, las personas han comenzado a tratarme como si yo hubiera nacido
aquí, tengo muchos amigos y mi propia habitación.
—Entonces… yo, ¿qué
hago aquí?
—Estas en mi sueño,
solo quería decirte que mamá ha estado preocupada por ti, ella dice que debes
cuidarte más o podrías recaer de tu malestar, dice que tu coco en el estomago
debe darte problemas ahora que has crecido un poco.
—No lo recordaba.
—¡Pues debes hacerlo!
No quiero que te pase nada, ¿vale? —dijo tomando su mano y sonriéndole
preocupada.
El chico se agachó
para quedar a su altura, Liliana lucía tal y como hace 5 años, su sonrisa era
tan alegre con un toque de malicia propio de la infancia y sus ojos seguían
transmitiéndole dudas y seguridades, como si supiera más de lo que entiende.
Esa era su hermanita la precoz. La abrazó con fuerza sonriendo aliviado,
esperaba no estar muerto y que ella no fuera su ángel, pero incluso si fuera
así no debía ser tan malo, su ángel era lo único que necesitaba.
Entonces recordó a
Saúco y el inmenso amor que le tenía a Lilia, ambas eran la misma en
situaciones diferentes.
—Quiero verte pronto,
presentarte a una niña que se parece mucho a ti, es muy noble y sincera, puede
platicarte muchas cosas de su vida. Además, tienen gustos parecidos.
—¿Mi cuñada?
—¡Ah! —gritó asustado
y se asemejó tanto al de una chica que quedó avergonzado— ¿Cómo dices esas
cosas? Solo tiene un hermano.
—Espero que sea
guapo, el chico al que le escribiste esa carta debe ser todo un galán —se burló
con picardía cubriendo su boca.
—Liliana —preguntó un
poco más serio— ¿cómo sabes esas cosas?
—Su presión se ha
regularizado —escuchó Iván una voz masculina detrás de él.
—Oh, ya debes
despertar —informó ella con una sonrisa amplia y dulce.
—¡Liliana! ¿Estará
todo bien? —preguntó escéptico de que su sueño tuviera un poco de realidad.
—Eso no puedo
decírtelo ahora, cuéntame todo después cuando nos volvamos a ver. Hermano, te
quiero mucho.
—Liliana —musitó y
extendió la mano tomando otra mucho más cercana a él.
Había despertado y
sujetado una mano un poco más fuerte y robusta que la de él. No podría ver
claramente pero por un segundo fantaseó con que era Saúco, tal vez se había
quedado a su lado mientras despertaba, pero ¿dónde estaba? Ya no podía sentir
el aroma de cartón y lámina quemada sino el penetrante aroma del alcohol y un
completo silencio.
Seguramente estaba en
el hospital, cerró los ojos y afianzó la mano. En otra situación Saúco la
habría rechazado, pero en esta ocasión le correspondió el apretón e Iván sonrió
complacido, estaba sujetando la mano del chico que era especial para él e iba disfrutarlo
mientras pudiera.
—Oh, es el primer
paciente que hace eso —volvió a decir la gruesa voz y el abrió los ojos de
inmediato.
No era Saúco ni mucho
menos un doctor, era una enfermera con el rostro más robusto que había visto y
si no tuviera la posibilidad de estar alucinando juraría que tenía bigote. Oh
no, una vez se talló los ojos supo que de verdad tenía bigote, miró más abajo y
de sus enormes senos que apretaban el uniforme era posible apreciar claramente
sus pezones.
—¡Disculpe señor!
¡Señorita! —balbuceó alterado mientras apretó las manos contra su pecho
arrinconándose contra la camilla de hospital. Tenía puesta una mascarilla de
oxígeno, lo que le impidió que gritara terminando de manchar su hombría.
—Por fin despertaste
Iván, me tenías preocupada —dijo Lilia levantándose de la silla junto a su cama
y acercándose a él.
Con la mirada buscó
por toda la habitación a Saúco, reprochándose a sí mismo el ser tan ingenuo,
soñador y cursi. Lilia era la única que estaba a su lado, sonriéndole con esos hermosos
ojos verdes llenos de alivio, entre las manos sostenía una máscara de oxígeno e
Iván la miró detenidamente para asegurarse de que respirara tranquilamente.
Oh, si, también
estaba la enfermera aberrantemente sensual, ¿era un pokémon? Esta checaba la
transfusión de sangre que tenía conectada mientras le inyectaba directamente al
gotero algunos medicamentos. Le habían tenido que donar sangre, fue su mareo
que le dio a entender que era necesario.
—¿Cómo te sientes?
—Solo un poco
mareado, ¿cómo están los demás?
Lilia miró al suelo y
luego a la izquierda, no sabía que contestar y era evidente.
—Ellos, me dijeron
que me quedara contigo. Crespón tiene el brazo lastimado, él y mi hermano
tuvieron que recibir oxígeno porque aspiraron mucho humo. Araceli y Anémona
tienen algunos rasguños pero nada que parezca grave. Sobre su madre y hermano…
no sé qué pasó.
—Me desmayé por el
golpe de una mujer mayor —refunfuñó Iván sin entenderlo.
—Eres un debilucho —dijo
Iván desde el marco de la puerta.
—Usted debería descansar
joven —informó la enfermera—. Hacer una transfusión de sangre en su condición
no fue apropiado.
»¿Saúco donó sangre?«
—Estoy bien, debía
hacer una llamada y asegurarme de que este niño estuviera vivo.
—No soy un niño —Iván
infló sus mejillas y lo miró acusadoramente.
—¿Cómo te sientes? —le
preguntó el moreno a su hermana ignorando completamente al chico.
—Estoy mejor hermano,
gracias —contestó sonriente por la caricia que recibió en la cabeza por parte
de su hermano mayor.
—¿Ya le has avisado a
Azalea lo que sucedió? —preguntó Iván regresándole la seriedad a su tono de
voz.
—Sí, ella se
encargará de que los medios de comunicación no se enteren de lo que sucedió,
todo quedará como un simple accidente de gas en ese olvidado barrio. No nos
conviene, por Clavel y su hermano.
Iván miró con su
mejor rostro de póquer a la enfermera, aunque seguramente ella ya había
entendido que nada de lo que había sucedido era para llamar a la policía, ni
mucho menos a las autoridades del DIF (que igualmente él sabía de sobra, eran
los últimos en enterarse de que algo sucediera). Siendo sinceros, le tenía un
nivel de miedo a Azalea, esa mujer era capaz de intimidar a cualquiera por
mejor posición social o económica que tuviera, más aún era lo suficientemente
alta y fuerte para ponerse a la altura de hombres que podrían pisar a Iván
—Araceli, hermano —corrigió
Lilia.
—Para mi sigue siendo
Clavel, ella deberá volver a la casa hogar después de lo que sucedió hoy —dicho
esto se dio la vuelta y salió rumbo al pasillo.
—¿Qué? ¡Saúco!
¡Espera bastardo! —gritó Iván quitándose la mascarilla de oxígeno y dispuesto a
ir detrás de él.
—¿A dónde crees que
vas? —preguntó la enfermera con tono altivo, su voz gruesa sonó como la de un
sargento y su porte de brazos cruzados frente a Iván fue aún más intimidante
que la de cualquier militar experimentado.
—Tengo que ir con ese
tipo, disculpe —dijo con su voz bajita, tratando de arrastrar el suero con él.
—No puedes ir a
ningún lado, llegaste aquí en estado crítico, mayor al de cualquiera de tus
amigos —ordenó, aunque suavizando un poco el tono de voz, sujetando el suero en
su lugar.
—Pero es que ese
hombre no tiene corazón y se lo va a romper a Clavel —gruñó jalando el suero,
pero las manos de esa enfermera eran inamovibles.
—No vas a ir a ningún
lado —repitió de nuevo esta vez apretando el suero en su lugar.
—¡Tengo que ir! —gritó
acongojado mientras jaloneaba insistentemente.
Finalmente la
enfermera perdió la paciencia y lo empujó contra la camilla, subiendo la pierna
derecha al costado del chico de manera sensual para afianzarlo contra esta y
apretando las muñecas de este a ambos lados de su cabeza.
El rostro del castaño
pasó por todos los colores, primero se puso blanco por el miedo de ese enorme
ser sobre él, después rojo por sentir los pechos (incluidos los pezones) rozar
su hombro, luego regresó a blanco por la presión de su mente a no mirar entre
las piernas ya que la falda que lucía la trabajadora era realmente chica y
finalmente llegó a verde cuando observó la cantidad de vello que abundaba en
las piernas de esta.
Por un momento
aseguró que ella tenía más vello en las piernas que él en todo el cuerpo, luego
entendió que esa sexy enfermera producía mucha más testosterona que él y en
consecuencia: era mucho más hombre que él.
—Así me gusta,
quietecito —dijo la enfermera guiñándole un ojo de manera coqueta a la par que
revisaba de nuevo el suero para estar segura de que por el movimiento no se
desajustó.
Y todo lo que la
genial mente de Iván pensó fue »Mierda«
Araceli sujetó su
brazo izquierdo, todavía podía sentir la palpitación del dolor que le provocó
el agarre de su madre en este. Suspiró mirando la habitación de cuidados
intensivos, hace ya un rato que los doctores salieron pero ella no se atrevía a
entrar.
—Araceli —llamó una
torpe voz.
Era Crespón, él y
Anémona la miraban apenados con los hombros encogidos. La niña de cabellos
negros jugueteaba con sus dedos nerviosa.
—¿Cómo se encuentran
chicos? —les dijo con la voz apagada.
—El fuego no es nada
para mi —contestó confiado Crespón.
—Los perros son mucho
más violentos que tu madre —dijo también Anémona tratando de sonreírle.
—Me alegro —volvió a
darles la espalda para mirar la puerta cerrada—.
Ella sabía que le
dirían eso, esos chicos eran tan fieles y despreocupados, tuvieron vidas
difíciles en las cuales los golpes eran el pan de cada día, por eso no estaban
afectados. Pero eso no significaba que fuera correcto lo que sucedió.
—Chicos, ustedes son
los mejores, yo no sería nada sin ustedes. Me han seguido hasta aquí, me ayudaron
a cuidar a Erick, buscaron a mi madre, siguieron mis terribles planes. Yo… —su
voz se comenzó a quebrar— soy tan tonta. Ustedes pudieron ser heridos por mi
culpa.
—Araceli —nombró
Crespón sorprendido, nunca había visto a la chica llorar.
Fue Anémona quien se
apresuró a abrazarla por la espalda.
—Tú eres la única
para mi Araceli —su normalmente aguda voz sonó reconfortante—. Crespón y yo te
seguiremos hasta la muerte si es necesario, tú nunca nos has decepcionado e
incluso ahora, para lo que sea que te espere detrás de esa puerta estaremos
apoyándote.
—Muchas gracias —la
voz de Araceli sonó suave, bajita y conmovida.
—Acabo de firmar por
la responsabilidad del cuerpo de tu madre —pronunció la firme voz de Saúco, acercándose.
—Gracias, es bueno
tener un adulto cerca de nosotros —dijo Araceli tratando de reponer la postura.
—Bueno, lo tomaré
como que me debes un favor. Se llevarán a la señora Araceli en una hora,
¿quieres entrar a despedirte de ella?
—Araceli —nombró
Anémona, perpleja—. Tu madre ha…
—Debió ser la
sobredosis, tal vez la presión… no lo sé. Desde que llegó aquí me di cuenta que
no aguantaría —dio un profundo respiro y entró al lugar.
Apestaba a alcohol
etílico, estaba mucho más oscuro que lo normal y el cuerpo de la mujer se
encontraba arrinconado entre todos los artículos y materiales del lugar. Frío,
lúgubre, pero lleno de tranquilidad, esa que golpeó directo al corazón de
Araceli, sin embargo lo aguantó.
Se acercó a la
camilla, la mujer estaba completamente cubierta por una rígida manta azul, se
alcanzaban a ver sus cabellos castaños y sus zapatos de correr descosidos.
Desde el umbral de la puerta Anémona apretó un puño contra su boca, asustada y
Araceli la comprendió, sabía que a la niña le atemorizaban los muertos. Incluso
ella temía correr la manta.
Suspiró y con
tranquilidad la bajó para poder ver el rostro de su madre, esta estaba aún con
los ojos abiertos e incluso Crespón tuvo que contener un gemido. La rubia
mordió su labio tan fuerte que Saúco pensó que se lastimaría y le acarició la
cabeza.
—Esto no es más
fuerte que tu.
—Si —respondió
agradecida.
Procedió a cerrar los
ojos de su madre y suspirar profundamente mientras arreglaba sus cabellos, ¿la
llevarían a una funeraria para que la peinaran y maquillaran? ¿O solamente la
enterrarían? No lo sabía, pero la idea de verla hermosa por última vez le
parecía maravillosa.
—Yo solo…
Tenía una exhalación
ahogada en la garganta, ella sabía que debía decir lo que estaba pensando o la
atormentaría toda su vida.
—Yo solo… quería que
por una vez halagaras mi esfuerzo por cuidar de Erick.
Saúco lanzó una
significativa mirada sobre Crespón y Anémona y se marchó sin hacer el menor
ruido, una vez salió por la puerta Araceli tomó con fuerza la fría mano de su
madre.
—Quería que una sola
vez tocaras mi cabeza y me dijeras que era una buena chica, que pronto podría
regresar a la secundaria con mis amigos, yo quería que me abrazaras.
Su voz se quebró una
vez más, escondió el rostro entre sus propias manos y la de su madre.
—Mamá.
Sonó ronca, ahogada y
comenzó a gemir.
—Mamá —rompió el
llanto.
Apretó con más fuerza
la mano de la mujer aferrándola a su pecho entre espasmos sutiles pero
incontrolables, con los ojos apretados sorbió con la nariz. Se sentía pequeña
estaba frente a la realidad más cruel y la acababa de golpear. Le quitó a sus
padres y ahora estaba perdida ante las decisiones, confundida y adolorida.
Pero no estaba sola,
y por mucho que su pecho doliera ella sabía que podía aferrarse a ello.
—Cuidaré de Erick
mamá, te lo prometo —gimoteó la rubia y los lagrimones manaban de su rostro—.
El podrá ir a la escuela y correr por la calle, lo prometo.
En el pasillo una
hermosa mujer de cabellos negros y semblante noble suspiró.
—Tenía razón en
llamarla Clavel, se parece mucho a Saúco.
Pasó la noche a
primera hora del día Iván despertó con una intimidantemente mirada frente a él,
inspeccionándolo.
—Te ves mejor que
anoche.
—¡Araceli! —el
castaño se sentó de inmediato sobre la camilla, había dormido tan placenteramente
que olvidó por completo que estaba en el hospital.
—Debo decirlo de esta
manera, anoche te veías terrible —dijo bulona.
—¿Vienes a burlarte
de mi? —preguntó inflando los mofletes, aunque se sentía mejor de ver a Araceli
siendo quien era.
—No fue solo por el
golpe, por muy delicado que seas —se acercó a la camilla y lo inspeccionó mucho
más de cerca, poniendo un poco nervioso a Iván.
Por muchos 18 años
que tuviera, le tenía miedo a esa niña.
—¿Qué estás diciendo?
¡Yo, yo estoy bien! —dijo alterado y empezó a reír torpemente.
Araceli suspiró y se
alejó, cruzando los brazos.
—Está bien si no
quieres decirme, lo comprendo —hizo una pausa y lo miró severamente—. Pero no
comprendo por qué seguiste a mi madre, pudiste no haber salido de ahí.
—Pudimos dejar que
muriera en ese lugar, ella quería morir ahí. Pero eso te hubiera hecho mucho
daño, ella tenía que disculparse contigo por todo el daño que te ha hecho
pasar. Una mujer no puede dejarle las culpas de sus errores a sus hijos y tu
cargaste con los suyos, no quería verte sufrir más.
—No tuviste por qué
hacerlo.
—Pero lo hice, ni
modo.
—Gracias.
¿Le agradeció? Estaba
siendo amable con él, esta vez sí que no sabía cómo contestar.
—De nada.
Torpe, se regañó a sí
mismo.
—Me pregunto si se
lamentó en sus últimos momentos, ¿en qué pensó? ¿Fue en Erick? ¿Fue en mi? ¿En
mi padre? No sé en qué piensa la gente en sus últimos momentos porque para mí
es una mentira que ven pasar su vida frente a sus ojos, debió estar solamente
una sola cosa en su cabeza cuando falleció entre el ruido y el aroma al
alcohol. Pero no puedo saberlo.
—Lo lamento —justo en
ese momento se dio cuenta de que la madre de Araceli murió.
Lo imaginaba. Y el
mismo se preguntaba en qué fue lo último que pensó esa mujer. Siendo sincero consigo mismo, la
llegó a aborrecer, ¿cómo pudo dejar a sus hijos a tal grado que los odiaba por
sus características físicas? ¿Cómo pudo lastimar a una niña de esa manera? ¿A
obligarla a cuidar a su hermano menor sin saber nada? Era algo detestable. Pero
no por eso merecía morir, también lastimaba.
Nervioso abrió los
brazos mecánicamente y miró a Araceli sin saber qué decir.
Y sé quedó así,
quieto por unos momentos, incómodos momentos.
—¿Qué?
—¿Quieres un abrazo?
—¡No! —gritó
sonrojada, pero no se movió ni un poco de su lugar.
Nadie dijo nada, se
quedó con los brazos extendidos y ella cerca. Araceli miró al suelo y luego se
acercó a abrazarlo completamente tiesa. El correspondió de la misma manera.
—Me das asco —dijo
una voz sin ningún sentimiento desde el umbral de la puerta, era Saúco, junto a
él Anémona, Crespón y Lilia los miraban. Al verlos Araceli e Iván se separaron.
En un infantil
arranque de celos Anémona corrió a abrazar a la rubia fuertemente sin preguntar
nada, solo corrió hacia ella. Crespón no se quedó atrás y rodeó a ambas chicas.
Lilia tomó las muñecas de Iván y Saúco y los obligó a unirse al abrazo grupal.
Desorientada, Araceli simplemente se dejó abrazar, por esta vez se dejaría
consentir.
El abrazo grupal
quedó de tal manera que el brazo derecho de Saúco sostenía a su hermana menor
mientras que el izquierdo rodeó por los hombros a Iván y el corazón de este dio
un brinco. Ninguno de ellos hizo amago de soltarse, el castaño incluso sintió
su mano cerca de la cintura de Saúco y la sangre se le subió al rostro, lo
estaba abrazando, jamás estuvo así de cerca de él.
—Oww —fue el
adorablemente grave gemido conmovido de una mujer.
Iván se sorprendió al
reconocer esa mujer como su abominable enfermera, “¡la enfermera peluda!”
pensó. A su lado Azalea, la encargada de la casa hogar, se sintió pequeño al
ver a dos mujeres tan grandes.
—Buenos días chicos,
al parecer ya están mejor todos —les dijo con esa noble y firme voz tan
característica de Azalea.
—Solamente necesito
darles un último chequeo, especialmente a la niña y al chico, después de eso
son todos tuyos Zazy —afirmó la enfermera.
—¿Zazy? —preguntaron
totalmente desconcertados los presentes.
—Guadalupe es amiga
mía, ella prometió que nadie se enterará de esto, los gastos también serán
olvidados. Pero, aún tenemos un asunto que resolver —miró severamente a Araceli
y a sus complices— ¿Qué haré con ustedes?
Todos se quedaron
callados, hasta el momento solamente una persona fue capaz de llevarle la
contra a Azalea, Saúco durante su adolescencia y todo acabó muy mal para él. Y
nadie que Iván conociera poseía el valor de retarla, esa mujer tan alta e
intimidante, con esa belleza arrebatadora y temple tan firme. Sin embargo se
mantuvo seria, sin amenazas ni lastima.
—Debo cuidar a mi hermano
menor, lo decidí —contestó Araceli encarando con toda la firmeza a Azalea.
—Sabes bien que me
puedes causar muchos problemas con el DIF, además, no estás completamente
segura de que lo harás bien, eres muy joven —explico pacientemente sin perder
el contacto visual en ningún momento.
El sexto sentido de
gato de Crespón le hizo dar un paso atrás, casi a la defensiva; el labio
inferior de Anémona comenzó a temblar pero Araceli no se movió. Por muy
intimidante que fuera Azalea reunió todo su valor para seguir con el rostro en
alto.
—Puedo con ello, si
Crespón y Anémona siguen a mi lado podremos con todo. Erick se va salvar. Yo lo
voy a salvar.
—No puedes.
Esas dos palabras
llenaron de tensión el ambiente, Iván rogaba para que esa enfermera volviera a
agredirlo, Lilia encontró interesante las mantas verdes de la camilla, Crespón
y Anémona no podían estar más aterrados internamente. Saúco, él solo observaba.
—Lo haré —repitió sin
perder la firmeza de su voz.
La rubia no evadió la
persistente mirada de Azalea, esta analizó sus ojos a detalle, tras un par de
segundos que a todos le parecieron eternos volvió hacia Saúco.
—Oye, anoche una
mujer demente robó tres de nuestros niños pensando que eran sus hijos, su casa
explotó y ella murió. Ahora tenemos que buscar a esos chicos, podrían estar
sufriendo en las calles, en cuento los vea los llevaré de vuelta a la casa
hogar.
—Malditos niños, solo
dan problemas —gruño Saúco.
—Vamos, hay mucho
trabajo que hacer.
Araceli sonrió,
Anémona la abrazó y Crespón acarició las cabezas de ambas. Los tres les miraron
agradecidos y salieron del lugar.
—Se acabó todo
—comentó Lilia cuando los vio marchar.
—Esto fue un dolor en
el trasero —renegó al sentir que la enfermera le quitaba el suero.
—Que buena manera de
terminar tu servicio social chico —sonrió Azalea.
—Es verdad —Saúco
recién se dio cuenta—, dijiste que ayer liberarías la carta del servicio.
Entonces Iván recordó
que su mochila se había quedado en la casa hogar, con la carta de despedida
para Saúco. Tras todos los eventos que sucedieron se puso completamente
nervioso, tenía que confesarse.
—¡Ah! ¡Si! ¡Tenemos
que regresar! —dijo alterado y se levantó dirigiéndose a la puerta de la
habitación.
—Espera, Iván —llamó
Lilia sonrojándose.
—¿Qué sucede?
—Será mejor que te
vistas —comentó riendo Azalea mientras señalaba la abertura trasera de la bata—
estas con el trasero al aire.
Iván se sintió como
en una película de terror, no quería voltear para ver como Saúco juzgaba su
trasero al aire o la expresión avergonzada de Lilia. Por suerte la enfermera,
Guadalupe, lo salvó, se acercó por detrás de él para cerrarle la bata y le
acercó sus ropas abrazándolo con su coquetería.
—Toma chico, no
tienes por qué estar tan nervioso.
Genial, ahora la
enfermera pudo leerlo.
Una vez vestido, con
todos fuera del hospital Saúco comenzó a comportarse ansioso, extrañando por
completo a su hermana y amiga.
—Azalea —se acercó a
ella íntimamente—, dijiste que tu amiga se llamaba Guadalupe, ¿verdad?
—Si —contesto la morena mirándolo sorprendida.
Mientras tanto la
enferma le entregaba medicamentos a Iván y este trataba de no mirarle las
piernas, algo en su interior le decía que era imposible lo que vio durante la
noche, pero igual no quería comprobarlo y sentirse menos hombre que ella. Lo
acompañó hasta la puerta con los demás y Saúco se tensó.
—Disculpa, yo soy
Saúco —sentenció mecánicamente.
—Ah, si, Azalea me
habló de ti, es un placer conocerte chico —dicho esto extendió la mano para
hacer la presentación formal.
—Si —su brazo hizo un
movimiento tan rápido que pareció un golpe y apretó su mano hacia arriba abajo
con torpeza.
Iván se quedó
boquiabierto.
Una vez salieron
Lilia sentía lástima del castaño, Azalea se moría de risa por dentro, Iván
frustrado como jamás estuvo alguna vez y Saúco feliz.
—Era guapa.
Ahora tenía que
declararse ante este idiota al que le gustaban las mujeres más masculinas que
él mismo.
**~*~Continuará~*~**
A/N:¡Que tal!¡No me tiren pedradas DX! Más vale tarde que nunca jeje. Por fin después de tantos meses he subido el segundo capítulo de mi pequeño y adorable proyecto de novela. Si quieren saber sobre la aventura que ha vivido la autora en estos meses lean la entrada “el regreso del diablo” jajajaja.Bueno, ¿qué puedo decir sobre el capitulo? Pasé por una amalgama de emociones increíble al escribirlo, cuando redacté la parte de la enfermera sexi-peluda moría de risa, pero cuando desarrollé la despedida de Araceli de su madre… es difícil explicarlo, me dolía mucho el pecho esa parte (aún cuando le tuve un verdadero desprecio a esa mujer). Bueno, son personajes, pero son mis personajes, así que me encariño mucho a ellos jiji.Una vez más, agradezco por el excelente diseño de personajes a Edgar Arenas (@EdgarArenasL, síganlo en Twitter). Tuvo algunos problemas con Araceli ya que, por su personalidad, pensó que era una mujer como de 20 años y la dibujó como una bomba sexual rubia, ¡fue tan divertido cuando vi el dibujo!Esta vez no recibí ayuda de mi super editora pero me disculpo oficialmente por mi blog: Bianquita, hermanita, no olvidé tu cumpleaños, pero a veces sencillamente estoy incomunicada del mundo, pronto iré con Edgar a secuestrarte en mi auto ;D Igual ya sabes que para mi tu eres la chica excepcional, con un corazón enorme, llena de talento y un montón de años por delante <3Esto lo hice muy largo D:
¡Espero disfrutaran el nuevo capítulo! Esperen el próximo con ansias ;D ¡Viene la confesión y será épica muajajajajajaja!
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